miércoles, 27 de abril de 2022

Las Prioridades de la Dictadura Cubana


Según este artículo, tomado de La Joven Cubalas inversiones del gobierno cubano de enero a septiembre de 2021, de acuerdo con reportes de la ONEI, muestran que el 42.3% del dinero público se usó en construir hoteles, mientras que a la educación se dedicó sólo el 0.5% y a salud pública y asistencia social, el 1.0%. Estas cifras demuestran las verdaderas prioridades de los dictadores cubanos y desmiente su propaganda de que todo lo hacen por el bien pueblo. Debajo podrá leer el artículo completo.

  

¿Socialistas?

     25 abril 2022

Las colas y el transporte público son auténticas piscinas de inmersión sociológica: hay pocos espacios más propicios para saber qué piensa la gente. Hace algunos días recorría una populosa ruta habanera en un pisicorre abarrotado. Como de costumbre, motivados por cualquier escena vista al pasar, se empezó a hablar del tema que siempre está en el tintero de casi toda conversación entre cubanos: «la cosa».

Tras enumerar algunas de las cuentas de su rosario de desdichas cotidianas, una señora afirmó con desconsuelo que «en los tiempos de Fidel esto no sucedía». «Él tenía muchos defectos y aquí siempre se ha pasado trabajo, pero vivíamos con la certeza de que no nos iba a dejar solos», dijo.

Inmediatamente recordé la exposición de la doctora Ana Teresa Badía en la reunión de los periodistas con el presidente hace algunos meses. Según la académica, entre los términos más repetidos en las opiniones obtenidas de la población estaba «huérfanos sin Fidel».

«¿Qué usted dice, señora? Este país solo estuvo bien en el tiempo de los americanos. Este carro y todo lo que se construyó es de esa etapa, después lo único que se ha hecho es destruir», le respondió el muchacho sentado a mi lado. Finalmente, como para cerrar el debate con todo el pesimismo posible, el grupo de cinco personas congregadas allí por el azar, concluyó que la mejor solución era, sencillamente, irse de Cuba.

De lo dicho, dos elementos me parecieron ilustrativos en tanto representan líneas de pensamiento más o menos populares: uno reza que todo tiempo pasado fue mejor; el otro, que quien quiera vivir con algo de comodidad debe emigrar.

La romantización del pasado es un fenómeno perfectamente comprensible cuando la vida se desarrolla en medio de crisis permanentes tan profundas y abarcadoras como las nuestras. La memoria selecciona lo positivo y tiende a ignorar lo negativo. Es por ello que las estampas de la República que más calan no son las que constantemente machaca la enseñanza oficial, sino las del desarrollo y el glamour de los cincuenta. Aquella época no fue, ni tan oscura como nos han contado, ni tan luminosa como se ve en las postales.

Por otro lado, también se entiende la nostalgia de lo que podría llamarse «tiempos de Fidel». Según las encuestas anuales del Centro Levada, alrededor del 50% de los rusos lamenta el colapso de la Unión Soviética. De aquellos días, ellos y nosotros extrañamos, entre otras cosas, la extensión de los servicios sociales y la sensación de igualdad —muchas veces en medio de cierta precariedad—, que imperaba en ambas sociedades y que fungían como ejes rectores de lo que se llamó «socialismo».

«¿Por qué habla en pasado al referirse a Cuba?», pensará el lector que ha tenido la paciencia de llegar hasta este punto. Porque afirmar que se es «continuidad» no significa que lo seamos realmente. Basta un análisis somero para descubrir cómo —sin demasiado ruido—, se han desmontado las bases de lo que fuera el proyecto de la Revolución y sobre las cuales se asentara durante décadas el pacto social en torno al que se generó un evidente consenso. Es, parafraseando a Carpentier con Chomsky, la consagración de la estrategia de la gradualidad.

¿Puede llamarse socialista a la implementación de tiendas en monedas extranjeras —solo accesibles en el mercado negro a precios de escándalo, o de manos de aquellos a quienes en los ochenta «no queríamos, no necesitábamos»— a las que debemos recurrir para comprar desde materiales de construcción hasta alimentos y objetos de aseo? No porque sean cotidianos, dejan de ser ofensivos esos establecimientos, que nacieron para supuestamente proveer a un mercado en CUP que nunca ha vuelto a estar abastecido.

¿Es socialismo que los jefes de cadenas de tiendas y otras entidades comercializadoras tengan la facultad, en medio del proceso inflacionario que sufrimos, de aprobar precios minoristas en pesos cubanos (CUP)?

¿Puede decirse que es socialismo cuando la estructura de las inversiones de enero a septiembre de 2021 —últimas publicadas por la ONEI— muestra cómo se gastó el 42.3% del dinero público en construir hoteles que permanecen vacíos y a los cuales no tenemos acceso la mayoría de los cubanos, mientras que a la agricultura, ganadería, caza y silvicultura solo se destinó el 3.3%; a la construcción, el 2.0%; a educación, el 0.5%; y a salud pública y asistencia social, el 1.0%? Valga aclarar para los distraídos, que en el arbitraje del destino de esas inversiones nada tiene que ver el bloqueo de Estados Unidos.

¿Es socialismo que el conglomerado de empresas militares que desarrolla los servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler a los que se dedica ese 42.3% de nuestras inversiones —13 308,4 millones de pesos que no nos sobran—, no rinda cuenta de su gestión ante órgano estatal alguno? La oscuridad es el sitio donde mora la corrupción. De ahí nacerán los oligarcas que campearán felices en la Cuba futura, cuando el proceso de desmontaje se haya completado.

¿Es socialismo que 127 ciudadanos hayan sido condenados a un total de 1916 años, algunos por actos de vandalismo, pero otros solo por manifestarse en las calles o grabar con su celular lo que sucedía? ¿Es socialismo el que personas sean expulsadas de sus trabajos por formular críticas contra la gestión de un gobierno incapaz de encontrar salida a la crisis?

Socialismo sería si, como hizo Vietnam, se implementaran recursos efectivos para el desarrollo y se dejara de culpar a Estados Unidos por un bloqueo tan nocivo como salvador. Gobierno del pueblo, de los humildes y para los humildes, solo existiría si se pudiera sacar de sus puestos a los servidores públicos ineptos e incapaces de cumplir con el cometido para el cual ocupan cargos. En una República, como expresa la Constitución que es la nuestra, el soberano debiera ser el pueblo, no el gobierno.

¿Por qué mucha gente extraña los tiempos lejanos de la República o los de Fidel? ¿Por qué otros ven en la emigración el único camino para cumplir sus legítimas expectativas? Porque de entre las muchas cosas que nos faltan, carecemos de una estrategia que nos saque del lodazal en el que hace años nos ahogamos y de un liderazgo que busque la conciliación y el diálogo, en lugar de la falsa unanimidad y el enfrentamiento.

Un texto publicado en Granma días atrás aseguraba, después de una cacofónica lista de asuntos pendientes ancestrales, que la «hora de los mameyes» había llegado, que era tiempo de hacer más y decir menos.

¿Cuánto hay que esperar para que nuestra economía se desarrolle de un modo sostenible que no implique depender de gobiernos amigos —que pueden desaparecer en la próxima elección— o del humor del ocupante de turno del Despacho Oval? ¿Es real la soberanía de la que tanto se habla, si para lograr cualquier objetivo debemos estar pendientes de lo que otras naciones decidan?

¿Seremos de verdad socialistas? ¿Seremos realmente soberanos? ¿Cuándo le tocará a este pueblo dejar de resistir para empezar a vivir?