Otro derrumbe, otros muertos. La Habana va muriendo junto con la "nueva sociedad" |
Otro edificio más que colapsa. Otro drama humano de familias que no tienen otra opción que vivir en esas edificaciones, declaradas inhabitables hace varios años. Es la historia cotidiana de cientos de miles de personas que no saben cuando el techo se les vendrá encima, que duermen con la angustia de no saber si verán el amanecer siguiente. Otros muertos que no vivían en las zonas turisticas, ni en los barrios de los jerarcas del partido.
Mientras tanto, los líderes responsables del país, los que deberían prevenir hechos como estos, están impotentes ante la magnitud del problema. Durante años se olvidaron de la capital del país (cualquiera podría pensar que lo hicieron a próposito, con el fin de eliminar el esplendor del pasado capitalista, con el fin de castigarla por su belleza, incompatible con la nueva sociedad de edificios uniformes y feos). El gobierno eligió alcaldes mediocres, uno tras otro, que eran muy buenos dando discursos, pero que no resolvían los problemas. Y mientras los problemas se agravaban, el régimen gastaba miles de millones de pesos en la construcción de túneles para una guerra que nunca llegó, pero con la cual nos mantenían entretenidos, precisamente para que no pensaramos en asuntos como la gradual destrucción de nuestra capital.
Los apologistas del régimen dirán que todo es culpa del bloqueo. Los cubanos, que conocemos como se despilfarraron los miles de millones en subsidios que la URSS les dió durante varias décadas, sabemos muy bien que ha sido la desidia y la incompetencia de los dueños del gobierno, que viven en los cómodos y hermosos barrios de los antiguos burgueses, lejos de los barrios populares que se están derrumbando. Los que se llenan la boca para hablar en nombre del pueblo y dicen representarlo, pero que viven en otro mundo. En fin, los que se pasan la vida hablando de las calamidades de otros pueblos y esconden las del pueblo cubano.
El derrumbe de los edificios en La Habana simboliza la sociedad utópica que nos obligaron a aceptar, y que poco a poco se ha ido derrumbando. La analogía es innegable: la sociedad del hombre nuevo se está desintegrando, como los viejos edificios de la capital. Los únicos que se empeñan en negarlo viven en El Laguito, Cubanacan, Miramar o Atabey, muy lejos de los problemas, y conociéndolos por boca de otros, entrenados en adulcorar la verdad.
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