jueves, 16 de enero de 2014

Fidel y Raúl: Delirios y fantasías (I)

 He decidido publicar, por su importancia histórica y por ser testimonio imprescindible de los acontecimientos en nuestra patria en los últimos 55 años, capitulos del libro "Fidel y Raúl, Delirios y fantasías", del periodista cubano Pablo Alfonso. Este libro, basado en testimonios y citas textuales bien documentadas, nos muestra los disparates y delirios de grandeza del dictador tropical, y explica en gran medida el desastre que es Cuba hoy, y las causas de tantos fracasos. Como comenté a Pablo Alfonso via Twitter, este libro debería entregarse gratuitamente dentro de Cuba, para que las nuevas generaciones vean la causa verdadera de sus penurias y limitaciones; para que vean como un sólo hombre ha convertido a Cuba en su finca personal, en la que hace y deshace sin rendir cuentas a nadie.

Iré publicando los capitulos a medidas que el blog de Pablo Alfonso, El Timbeke, los publique. A ver ahora como van a defender la obra del dictador tropical los muchos apologistas incautos que tiene por el mundo.
Una introducción inevitable




Ahora que Fidel Castro ha resucitado de entre los muertos parece oportuno que estas notas cobren vida.


Las engaveté cuando Fidel se puso a morir tras sufrir un sangramiento intestinal en julio de 2006. Pensé que no era bueno andar removiendo la memoria de los muertos y preferí perder los largos meses invertidos en busca de sus viejos delirios y fantasías. Cambié de idea porque los acontecimientos han transitado por otros caminos.
Fidel está de nuevo entre nosotros.
“Quiero decirte que estás ante una especie de resucitado…Llegué a estar muerto, pero resucité”, le dijo ufano a Carmen Lira Saade, directora del diario mexicano La Jornada.[1]


Así es que la historia conocida de la humanidad tiene ahora tres resucitados. Lázaro de Betania, resucitado al conjuro de Jesús; el propio Cristo, quien resucitó para redimir al género humano de sus pecados como afirman los evangelios; y ahora Fidel que, según dijo, retornó a la vida porque no quiere “estar ausente en estos días”. Así de simple.


“El mundo está en la fase más interesante y peligrosa de su existencia y yo estoy bastante comprometido con lo que vaya a pasar. Tengo cosas que hacer todavía”, le aseguró rotundo a La Jornada.
Claro que, como padre generoso y patriarca abnegado que siempre ha sido, Fidel ha regresado para advertirnos de los peligros de una inminente guerra nuclear, a la que ya le asignó fecha en dos ocasiones, por fortuna fallidas. Impertinente y tozudo como siempre, insiste en el invierno nuclear y afirma que “le ha correspondido a Cuba la dura tarea de advertir a la humanidad del peligro real que está confrontando”.[2]


Todavía no nos ha revelado quién le asignó a Cuba esa tarea ni por qué, pero desde que regresó a la arena pública, como heraldo del Apocalipsis nuclear, no cesa en sus advertencias.
Muchos piensan que Fidel delira y otros aseguran que está senil. Sobre todo después de que le dijera al periodista norteamericano Jeffrey Goldberg, de la revista The Atlantic, que “el modelo cubano ya no funciona ni para nosotros mismos”[3]y a los pocos días se desdijo.


Fidel es hoy el mismo de siempre. No está senil, sólo más viejo. Su voz es menos vibrante que en sus años jóvenes y su lenguaje corporal menos enérgico, pero sus fantasías y delirios tienen la misma intensidad de todos sus tiempos.


Las mismas obsesiones compulsivas, que en el ocaso de su vida lo llevaron a dictar magistrales conferencias televisivas para enseñar a las amas de casa cubanas cómo hacer un potaje de frijoles y ahorrar electricidad, se manifestaban desde los primeros años de gobierno en sus kilométricos discursos donde discurrían sus delirios y sus afanes, desde renovador social hasta genetista.


El Fidel que hoy advierte con insistencia el fin de todos los tiempos es el mismo que hace pocos años calculaba cuántos vatios de energía se consumen para hervir agua o colar café y ordenaba recoger todos los bombillos incandescentes del país, suprimía el uso del gas licuado y disponía la venta de ollas arroceras eléctricas a todos los hogares cubanos como parte de su revolución energética.


Fidel sigue siendo ese mismo Quijote tropicalizado que, sin adarga al brazo ni molinos de viento a los que enfrentarse, organiza epopeyas y sale victorioso de imaginarias batallas, de retos gigantescos y esfuerzos sobrehumanos.



Claro que ya no pretende transformar a toda Cuba en una comuna comunista, donde sus gentes vivirían felices, garantizado el pan, la salud, la educación y la vivienda, trabajando para Papá Estado y Mamá Revolución, sin otro interés que el de contribuir al bienestar del colectivo. Ahora no reta a las leyes de la naturaleza, no conspira con la biología, no sueña con industrializar la agricultura, ni atenta contra la ecología.


Su escenario trasciende los límites de la isla. Su nueva misión como resucitado es planetaria. Por eso deambula por Internet con un puñado de cuartillas, alejado de los problemas terrenales de los cubanos enclaustrados en el archipiélago. Sus visiones no miran al pasado. Quizás porque el pasado le trae malos recuerdos.


Ahora que resucitó, le queda vida para ver cómo la cosecha de sus delirios les quebró a los cubanos la esperanza y tiene postrado al país.


Para los cubanos resultan obvias estas realidades. Hemos padecido medio siglo de sus fantasías. Fuera del ámbito de nuestras fronteras insulares, no hay tanta conciencia de que Fidel vivió en la utopía sembrando ilusiones paridas por sus delirios


No hay que culparlo sólo a él. Sería injusto y poco aleccionador.
Hay que decir que los aplausos con que fueron recibidas cada una de sus utopías alimentaron sus delirios. Cada una de las ovaciones otorgadas a sus proyectos irreales comparten con Fidel la responsabilidad por el triste saldo que nos deja su legado.


Cuando finalizaba estas líneas en el otoño de 2010, una nueva circunstancia reafirmó mi criterio de rescatar esos pasados delirios, que son la causa de este presente.


Después de una larga espera de catorce años, el general presidente, Raúl Castro, anunciaba la celebración del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, un evento del que muchos esperaban importantes cambios políticos.


Como este libro no es un ensayo sobre el castrismo, ni dicta pautas para reconstruir la democracia en Cuba, decidí esperar un poco más para incorporar a los delirios de Fidel las fantasías de los cambios pregonados por Raúl.


A fin de cuentas se trata de una narración periodística basada en hechos, no en hipótesis o especulaciones. Como autor sólo introduzco las verdades que han dado vida a los dos personajes principales de la obra: Fidel y Raúl, su mejor compañero de reparto.


En este texto no hay teoría. Tampoco es una propuesta académica porque he querido alejarme de cualquier tentación de solemnidad. Sus citas rigurosas y referencias documentadas aspiran sólo a apuntalar la verdad de los hechos. No tienen nada que ver con el entusiasmo de los fieles del castrismo o la vehemencia de sus detractores.


Quizás en su línea de narración se esconde una idea que le escuché al dramaturgo y cineasta español, Fernando Arrabal, a mediados de los 80 durante un almuerzo con unos amigos españoles en Miami a propósito del tema cubano.
“El día que los cubanos lean el Granmauna mañana y lancen una gran carcajada nacional, ese día se derrumbará el castrismo”, comentó Arrabal, palabras más o menos.



Con toda seguridad Arrabal no recordará la frase, pero siempre he guardado la verdad de aquella ironía, quizá como el mejor antídoto para nuestro dilema nacional.


Este libro intenta dejar constancia de aquellas memorias discursivas de Fidel y de estas vivencias fantasiosas de Raúl para acercarnos a nuestro drama como si fuera un sainete.


Pablo Alfonso


Miami, verano de 2011


 




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[1] Entrevista con Carmen Lira Saade. La Jornada, 30 de agosto de 2010. Pág. 2
[2] Fidel Castro. Discurso en la Universidad de La Habana. Granma, 4 de septiembre de 2010. Pág. 1
[3]Fidel: Cuban Model Doesn't Even Work For Us Anymore. The Atlantic, 8 de septiembre de 2010.

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