Continuando con la publicación de Fidel y Raúl, Delirios y Fantasías, El Timbeke reproduce un fragmento del capitulo titulado:
Raúl no es Fidel pero es igual
Fue el cantautor cubano Silvio Rodríguez, quien en su Pequeña serenata diurna, popularizó aquello de “que no es lo mismo pero es igual”.
“A mí no me eligieron presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo”.[1]
Su nieto, Raúl Alejandro, primogénito de su hija Deborah y Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, está siempre a su lado en el círculo íntimo de su escolta personal.
Raúl es diferente de Fidel porque parece ser un mejor administrador. Un gestor más eficiente, con mayor disciplina y apego al poder institucional. Más allá de estas diferencias de estilo, Fidel y Raúl comparten los mismos objetivos políticos, la misma visión del socialismo marxista leninista, y la misma mecánica represiva para mantener el poder.
Cuando se derrumbó el comunismo en Europa en 1989, Fidel ya sabía que su revolución no tenía futuro. Entonces se envolvió del todo en la bandera del nacionalismo y de la resistencia heroica para retener el poder a toda costa. Tuvo éxito en ese empeño porque Fidel siempre puso sus aspiraciones por encima de las realidades de la nación.
Fidel ejerció el poder durante cuarenta y siete años persiguiendo en vano una utopía. Raúl heredó hace ya cinco años sus despojos.
El castrismo está resquebrajado y cualquier reforma sustancial puede acabar con el sistema. Los históricos que integran la cúpula del poder no pueden correr ese riesgo. El mundo se ha hecho muy pequeño y vulnerable para los grandes dictadores, violadores de los derechos de sus pueblos. Hoy puede haber siempre un tribunal dispuesto a procesar a esos culpables.
Ese es el escenario donde se representa la sucesión de Raúl y la gerontocracia que lo acompaña. De ellos se podría decir con el poeta argentino Jorge Luis Borges: “No nos une el amor, sino el espanto”.
De ahí la temprana advertencia de Ramiro Valdés[2],el más comprometido de los históricos, justo en los días en que Fidel se debatía entre la vida y la muerte.
La referencia mitológica no pudo ser más clara. Raúl debía encarnar al Can Cerbero, que con sus tres cabezas guardaba la puerta de los infiernos. Toda una amenaza, considerando que la frase la pronunció un personaje más conocido por sus andanzas en el mundo del espionaje y la conspiración que en el de la literatura.
Raúl no puede enmendar el castrismo socialista. Tampoco le interesa, pero, aunque quisiera, no tiene tiempo para hacerlo. Su única alternativa es morir en el poder. En esa dirección apuntan las llamadas reformas del raulismo.
Ignoro de dónde salió la descabellada idea de que Raúl es un reformista, dispuesto a introducir cambios democráticos en el régimen. Ni siquiera las difíciles circunstancias económicas en las cuales le ha tocado gobernar lo van a mover en esa dirección. Todo lo que ha hecho y hará Raúl, junto a la gerontocracia gobernante, será tratar de ganarle la carrera del tiempo a la biología.
Modificar lo necesario y cambiar lo suficiente, sin que se les vaya de la mano ese proceso, para mantener el poder hasta la muerte. Un acto de equilibrio y hasta de magia, pero siempre un riesgo mucho menor que perder el poder y tener que rendir cuentas, al final de sus días, ante un juez Garzón cualquiera por los cargos que se acumulan sobre sus hombros.
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[1] Raúl Castro. Discurso Asamblea Nacional del Poder Popular. La Habana, 1 de agosto de 2009.
[2] Comandante de la Revolución. Dos veces ex ministro del Interior. Vicepresidente de los Consejos de Estado y Ministro.
[3] Discurso pronunciado en la conmemoración del 50 aniversario del alzamiento de Santiago de Cuba. 30 de noviembre de 2006.
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